jueves, 26 de julio de 2012

Ser diferente no solo está bien, debería ser tu meta.


Hay una reflexión que tiene varias días rondándome los pensamientos. Tiene que ver con el valor de la individualidad. Pasamos buena parte de nuestras vidas tratando de ser como los demás, vestirnos a la moda, ser socialmente aceptados. Desde que somos muy pequeños se nos enseña a adaptarnos a un molde, a parecernos a los demás o ser un buen niño. Si lo hacemos, nos premian con aceptación y amor. Si no, nos castigan y nos hacen sentir culpables.


Por supuesto, cuando nos toca ser padres, repetimos lo mismo. Utilizamos nuestros patrones culturales para construir una imagen de “niño bueno” y nos dedicamos buena parte del tiempo a que nuestros hijos se conviertan en lo más cercano a ese patrón. Muchas veces comparamos a nuestros hijos, con los hijos de otras personas. Lo hacemos con la mejor de las intenciones, pues actuamos por amor, repitiendo lo conocido. Lo malo es que en ese proceso, vamos diluyendo la personalidad de nuestros chiquitines, y anulando o restandole importancia a muchas de sus potencialidades.

Recientemente he tomado conciencia de que es precisamente lo que nos diferencia de los demás, lo que nos hace valiosos y lo que nos garantiza el éxito. Lo que nos hace diferentes es lo que nos hace destacarnos. Es posible que los demás no entiendan tu punto de vista, o luzcas diferente, pero en la medida en que estes dispuesto a defender tu individualidad, sintiendote seguro de tu belleza interna y tu valor, la gente a tu alrededor comenzara a verte con otros ojos.

Por eso te invito a que te atrévas a ser diferente y a darle a tus hijos el apoyo y la libertad de serlo. Probablemente sea la mejor enseñanza que puedas darles.

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