jueves, 26 de julio de 2012

Ser diferente no solo está bien, debería ser tu meta.


Hay una reflexión que tiene varias días rondándome los pensamientos. Tiene que ver con el valor de la individualidad. Pasamos buena parte de nuestras vidas tratando de ser como los demás, vestirnos a la moda, ser socialmente aceptados. Desde que somos muy pequeños se nos enseña a adaptarnos a un molde, a parecernos a los demás o ser un buen niño. Si lo hacemos, nos premian con aceptación y amor. Si no, nos castigan y nos hacen sentir culpables.


Por supuesto, cuando nos toca ser padres, repetimos lo mismo. Utilizamos nuestros patrones culturales para construir una imagen de “niño bueno” y nos dedicamos buena parte del tiempo a que nuestros hijos se conviertan en lo más cercano a ese patrón. Muchas veces comparamos a nuestros hijos, con los hijos de otras personas. Lo hacemos con la mejor de las intenciones, pues actuamos por amor, repitiendo lo conocido. Lo malo es que en ese proceso, vamos diluyendo la personalidad de nuestros chiquitines, y anulando o restandole importancia a muchas de sus potencialidades.

Recientemente he tomado conciencia de que es precisamente lo que nos diferencia de los demás, lo que nos hace valiosos y lo que nos garantiza el éxito. Lo que nos hace diferentes es lo que nos hace destacarnos. Es posible que los demás no entiendan tu punto de vista, o luzcas diferente, pero en la medida en que estes dispuesto a defender tu individualidad, sintiendote seguro de tu belleza interna y tu valor, la gente a tu alrededor comenzara a verte con otros ojos.

Por eso te invito a que te atrévas a ser diferente y a darle a tus hijos el apoyo y la libertad de serlo. Probablemente sea la mejor enseñanza que puedas darles.

viernes, 13 de julio de 2012

All you need is love


Para cerrar esta trilogía de artículos quisiera escribir acerca del amor. Pero ¿qué puedo decir yo del amor que no se sepa ya? Yo pienso que, como dice la canción de Los Beatles cuyo título he tomado para identificar este articulo, el amor es lo único que necesitamos en la vida. Cuando hacemos las cosas por amor y con amor, nada puede salirnos mal, porque el amor es la esencia de lo divino. Ahora seguramente mucha gente me dirá que en nombre del amor se puede hacer mucho daño. Yo no lo creo. Pienso que en nuestra cotidianidad, a veces confundimos otras cosas con el amor. La posesividad, los celos, las relaciones destructivas...son realidades que culturalmente asociamos con el amor. En realidad esto no es amor, son sólo nuestras creencias, nuestros patrones culturales, programados en nosotros por el entorno, y alimentado con nuestros miedos, disfrazados como el lobo con la piel de la oveja.

El amor debe necesaria y obligatoriamente comenzar por uno mismo. No podemos amar ni ser amados cuando no nos amamos primero a nosotros. Mientras somos niños, el amor es algo muy sencillo, natural. Todos los niños se aman a sí mismos, por sobre todas las cosas. Los bebes tienen muy claro que son su primera prioridad, y para obtener lo que desean están dispuestos a todo. Ese amor, es rápidamente etiquetado como egoísmo, y se va transformando a medida que crecemos, a través de nuestra educación y los paradigmas sociales. Nos convencemos de que nuestras necesidades son menos importantes que las de los demás, y que ser bueno es olvidarse de uno mismo y pensar solo en los demás. Así vamos aprendiendo que amarnos a nosotros mismos es malo, que pedir lo que necesitamos es malo, que luchar por lo que queremos es malo, y que si queremos ser aceptados y queridos, tenemos que olvidarnos de nosotros.  Y luego nos preguntamos porque nadie nos ama, y porque nos cuesta tanto abrirnos al amor.


El verdadero amor por nosotros mismos, no es egoísta, porque cuando te amas realmente a ti mismo, eres capaz de dar más y más amor a los que están alrededor tuyo. El amor verdadero no es posesivo, porque no necesitas que nadie te ame, cuando tienes tu propio amor. Si alguien te ama, maravilloso. Pero si no lo hacen, no importa, siempre hay quien te ame en tu vida. El verdadero amor no es celoso, porque tiene la certeza absoluta de que su fuerza y poder aumenta cuando es compartido.

Así que hay que comenzar amándose a uno mismo, y desde ahí, amar al mundo, aceptándolo como es, acabando con nuestros prejuicios, abriendo nuestra mente. Así construimos una felicidad a prueba de todo, que podemos compartir con los demás.

Y para amarnos a nosotros mismos, debemos comenzar a cerrar el círculo con las otras dos palabras de esta maravillosa trinidad: perdonándonos y dando gracias. Agradeciendo por lo que somos y tenemos, y perdonando por no haberlo visto antes, por haber dejado que nuestras creencias nos alejaran de nuestra grandeza. Paso a paso, iremos así construyendo una solida relación con nosotros mismos, que podremos transmitir como un maravilloso obsequio a nuestros hijos.

miércoles, 4 de julio de 2012

La importancia de agradecer


La semana pasada les hablé de tres palabras que tienen el poder de cambiar la vida. Perdón, amor y gracias. Estas tres palabras, y las experiencias que describen, son el pilar fundamental de una vida sana, tanto desde el punto de vista emocional, como el físico y el espiritual. Ya vimos por que el perdón es esencial para aceptar nuestra realidad, encontrar la paz, aprender a vivir en el presente, y darnos la oportunidad de equivocarnos para convertirnos en mejores seres humanos. 

La gratitud es la otra cara de la moneda del perdón. El perdón y el agradecimiento van de la mano, porque si no logramos perdonar, no encontraremos razones para agradecer, y si no nos damos cuenta de lo mucho que tenemos para agradecer, no sabremos como perdonar. La gratitud es la línea de partida para la construcción de los milagros. Algunas veces parece que no tenemos nada que agradecer, pero siempre hay razones, por muy simples que parezcan. Comienza por lo primero que se te ocurra. El sol en el cielo, los zapatos que tienes puestos, los dedos de tus manos, tus hijos, la vida en ti....Somos recipientes de tantas bendiciones, que nos acostumbramos a tenerlas cada día, y nos olvidamos de agradecer por ellas. Cuando comenzamos a dar gracias, nos vamos dando cuenta de lo mucho que tenemos, de lo afortunado que somos. Agradecer es una poderosa herramienta para reconocer la luz que brilla en nosotros, una reconexión con la espiritualidad.

Cuando hacemos del agradecer un habito, no solamente les enseñamos a nuestros hijos a poner atención a las cosas hermosas y maravillosas que tenemos, sino que nos sentimos más felices, mas conectados con la creación y con lo divino, y a partir de allí podemos construir una vida mejor. Llenando nuestra vida de la energía positiva del agradecimiento, atraemos a nuestra vida más y más bendiciones. Recuerda que lo que piensas y crees desde el fondo de tu corazón, moldea tus acciones, y tu actitud hacia la vida, y a su vez tu actitud determina lo que puedes lograr. Así que si te sientes bendecido, y afortunado en la vida, podrás alcanzar cosas que ni tú mismo creías posible. Honestamente creo que es uno de los regalos más maravillosos que puedo darle a mis hijos.

Así que me he propuesto hacer parte de mi rutina de cada día sentarme con mis hijos y agradecer, con ellos, por dos o tres cosas. Experiencias que hayan pasado en el día, que nos hagan sonreír, cosas que tenemos, o cosas que hemos sentido. Además de hacer de esto un momento especial, para compartir con mis hijos, de escuchar acerca de su día, y ellos del mío, nos permite centrarnos en el presente.