miércoles, 26 de septiembre de 2012

Deja de llorar, que ningún niño esta triste.



En estos días el mundo de nosotras las madres está marcado por la vuelta a clases de nuestros chiquitos. Eso significa cambios y adaptaciones para todos en casa, después de casi dos meses de vacaciones. Y adaptarse a cosas nuevas, siempre requiere de tiempo y paciencia. Pero en este mundo agitado y apurado para no llegar a ningún lado, el tiempo y la paciencia no son bien vistos. 

En la guardería a la que asiste mi pequeñito de dos años, los niños lloran desconsolados cuando sus padres los dejan. Mi chiquito también llora, yo lo abrazo. Los padres primerizos lloran. Los que ya hemos pasado por esto antes nos vamos con el corazón arrugado, pero con la convicción de que todo va a estar bien. Las maestras se ríen, porque saben que repiten el ritual de todos los años. En el fondo, todos sabemos que es “normal” que las primeras semanas sean difíciles, y que para el niño es una valiosa experiencia.



De vez en cuando vemos a algunos padres que regañan a sus hijos o los increpan a que no lloren. Otros tratan de convencerlos de que no deben estar tristes. Algunos los comparan con otros niños que van felices, y otros simplemente disminuyen la importancia de lo que el niño está sintiendo. Creemos que de esa manera calmamos a nuestros hijos, y ni siquiera nos detenemos a pensar lo que está detrás de esos sentimientos.

Y eso mismo lo hacemos en nuestra vida, y con nuestros sentimientos, porque así nos enseñaron. Si me siento triste, salgo a comprarme algo, o a echarme unos palos, o a buscar a alguien alegre que me saque de esta depre. Pero pocas veces nos detenemos a pensar porque me siento de esta manera, a conectarme con ese sentimiento.Lo cierto es que nuestros sentimientos, y los de nuestros hijos, son la manera que tiene nuestro cuerpo y nuestra alma de expresarse, y son parte de lo que somos como seres humanos. 

Los sentimientos son un feedback interno. Cuando ignoramos nuestros sentimientos, nos ignoramos a nosotros mismos. Cuando le enseñamos a nuestros hijos a no dar valor a lo que sienten, les enseñamos a que no confíen en sí mismos, a no valorarse. Les enseñamos que son los demás los que deben decirle como sentirse, y que si los demás están contentos y felices, ellos deben estarlo también, aunque se sientan en realidad miserables.

El coach Luis Diaz lo explica maravillosamente en el siguiente video.





Por eso te invito a evitar decirles a tus hijos como deben sentirse. Trata de entender porque se están sintiendo de esa manera, y ayúdalos a ellos a comprenderlo también. Abrázalos, consuélalos, diles que los quieres. Aprende a aceptar lo que sientes y dejarlo fluir y enséñales a tus hijos a hacerlo también. Recuerda que nuestros sentimientos, tanto buenos como malos, son parte de lo que somos. Aceptémonos y amémonos como somos.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Lo que tienes y lo que eres son cosas distintas

Una de las cosas que siempre me ha preocupado con relación a la crianza de mis hijos, ha sido educarlos para que valoren las cosas en su justa medida. La presión social y publicitaria para tener y tener cosas es siempre muy fuerte. Y seamos honestos, todos deseamos tener cosas bellas, sofisticadas, útiles y modernas en nuestras vidas. No hay nada de malo en eso. El problema surge cuando empezamos a pensa que lo que tenemos define lo que somos. Los adultos estamos tan confundidos con este tema, tan desconectados de nuestro verdadera esencia, que hemos realmente llegado a creer que somos mejores o peores que el vecino porque tenemos un carro último modelo, o un teléfono más moderno. Lo cierto es que las cosas no nos llenan ni nos definen, pero estamos tan cegados que solamente nos damos cuenta de que es así, cuando por fin tenemos estas cosas. Eso explica por que tanta gente exitosa, con mucho dinero, y con todas las cosas que el dinero puede comprar, llevan una vida triste y miserable, y terminan sus vidas en las drogas, el alcohol y hasta el suicidio.

Lo mismo le pasa a nuestros hijos. Pasan semanas soñando con un juguete que vieron en la tele, o algo que tiene un amiguito del colegio. Y cuando por fin lo obtienen, juegan 15 minutos con él, y se dan cuenta de que no son todo lo felices que creian que serían, y seguro no mas de lo que eran antes. Se les genera entonces una sensación de frustración, de anticlimax, que los deja buscando algo nuevo que desear. Esto puede generar un terrible circulo vicioso de insatisfacción, que si no se controla a tiempo puede terminar muy mal.

Por eso es importante hablar con nuestros hijos acerca del valor de las cosas materiales, y hacerles ver que lo que ellos quieren realmente no es el objeto, sino la emoción que ese objeto despierta en ellos. Y ayudarlos a entender que esa emoción pueden obtenerla con ese objeto, pero también de otras maneras. De esa manera, su mundo y su felicidad no girara exclusivamente alrededor de lo material. Entender que detrás de cada cosa material realmente esta lo que ese objeto genera en nosotros, y que eso puede ser distinto para cada uno, es clave para que tanto ellos como nosotros aprendamos a colocar nuestro enfoque en la experiencia que buscamos, y no en el objeto.

Puede no ser tan sencillo. En primer lugar tenemos que hacer el trabajo en nosotros mismos, para poder hablarles con propiedad y enseñarles con nuestro comportamiento y no solo con nuestras palabras. Si nosotros definimos nuestro valor con lo que tenemos, nuestros hijos harán lo mismo. Si podemos sentirnos llenos de otras maneras, también ellos aprenderán eso. En muchos casos para nosotros como padres complacer a nuestros pequeños comprándoles lo que quieren puede ser una manera de conseguir una experiencia propia (sentirnos mejores padres, más generosos, poderosos, etc). Si es así, es importante ver que necesidad tratamos de satisfacer y hacerlo de otras maneras. Esto requiere un esfuerzo mayor como padres, hay que ser muy pacientes para orientar a nuestros niños en formas de identificar sus carencias emocionales, y muy creativos para buscar formas alternativas de satisfacer esas necesidades. Sin duda es más sencillo salir corriendo y comprar lo que piden para llenar su tiempo, que dedicarles nuestro tiempo y atención. Pero a la larga el precio que podemos pagar por nuestra comodidad es muy alto, y puede llegar a comprometer la felicidad de nuestros hijos.

Así que antes de correr a comprar ese juguete que sabes que hará feliz a tu hijo, piensa de que otra manera puedes hacerlo feliz.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Cuida lo que sale de tu boca


Ayer estaba con mi hijo de 7 años en un parque. El saltaba feliz en un colchón inflable cuando llegó otra niña a compartir su júbilo. Los vi contentos jugando bajo la supervisión de la mama de la niña. De repente escuché a mi hijo gritándole a la niña "Toma, muérete. Eres una miedosa". En seguida reaccioné y corrí al colchón pensando que se había desatado una guerra entre ellos, pero cuando llegue me los encontré felices saltando. Llamé a mi hijo y le pregunté qué pasaba y me dijo encogiéndose de hombros "Nada mamá, estábamos jugando".

Esto me hizo pensar mucho acerca de lo que está pasando a nuestro alrededor en términos de violencia y malos tratos entre adultos, y en cómo influye en nuestros hijos sin que muchas veces nos demos cuenta. El lenguaje que utilizamos a diario tiene una enorme importancia en moldear nuestro comportamiento, y con mucha más razón el de nuestros hijos, tal y como lo establecen los principios de la Programación Neurolingüistica o PNL.

La PNL ha demostrado la influencia que el lenguaje tiene sobre nuestra programación mental y demás funciones de nuestro sistema nervioso. Lo que pensamos y decimos, aun cuando no lo digamos en serio, es un mensaje muy claro para nuestro subconsciente. Las palabras y los pensamientos tienen una energía asociada, y es importante que nuestros niños sepan esto. A pesar de que las digan jugando, el usar palabras violentas es nocivo para ellos.

Más tarde, mientras almorzábamos juntos, se lo expliqué a mi hijo. Parecía sorprendido. No entendía del poder de sus palabras. "Mami, pero todos los niños en mi colegio juegan así, y no pasa nada". Eso es lo que cree mucha gente, pero claro que si pasa.

Cuando decimos palabras desagradables, violentas o despectivas, le damos fuerzas y energías a lo negativo, no solo para los demás, sino también para nuestra propia vida. Las palabras son escuchadas por nuestro cerebro y eventualmente este se convence de que lo dices en serio. Y poco a poco tu cerebro termina por creerse que lo que tú dices es lo que tú realmente eres, y para ser congruente comienza a moldear tus pensamientos y acciones alrededor de tus palabras.

Es muy importante cuidar lo que dices y como lo dices, y mantener una vigilancia sobre el lenguaje que usan tus hijos. Explícales claramente que efecto tienen sus palabras, sobre los demás pero sobre todo sobre ellos mismos. Enséñales a ser selectivos con lo que dicen y a tratar de emplear siempre palabras positivas o neutras. Paulatinamente comenzara a hacerse costumbre para ellos expresarse en los términos que quieren ser percibidos y con la energía de quienes quieren ser.