miércoles, 8 de junio de 2011

Perdonar es de sabios

La semana pasada escribí aquí acerca de equivocarse y de admitir nuestros errores. Hoy quiero compartir algunas referencias con respecto al perdón.

Como padres estamos muy acostumbrados a perdonar a nuestros hijos. Por mucho que queramos que sean cada vez mejores y que tengamos grandes expectativas para ellos, siempre estamos dispuestos a perdonarlos cuando fallan o se equivocan, a darles consuelo cuando las cosas no les salen como ellos quieren. Desde el amor inmenso que les tenemos, no podemos hacer otra cosa que perdonar compasivamente sus omisiones, sus travesuras, y hasta las cosas de sus personalidades que no nos gustan tanto.

Lamentablemente, muchos de nosotros no estamos tan dispuestos a perdonar cuando se trata de nuestros propios errores. No solo como padres, sino como seres humanos, siempre nos estamos recordando nuestros defectos, nuestras fallas, las cosas que deberíamos haber hecho de otra manera. Una vez leí que ese estado de culpa constante es el verdadero infierno del que se habla en las escrituras...el fuego siempre ardiente de la culpa.

Cuando nació mi primer hijo recuerdo sentirme culpable cada día: si no me daba tiempo de bañarlo, si no lograba que durmiera lo suficiente, si pasaba demasiado tiempo con el pañal mojado, si lloraba, si llevaba los zapatos sucios al colegio, si no se comía la merienda...en fin, una lista interminable de culpas. Luego me di cuenta de que no podía controlarlo todo, de que mi hijo estaba bien, y que a pesar de mis errores de madre primeriza, el me perdonaba y me amaba igual. No fue fácil darme cuenta de esto por mí misma. La vida me puso un signo grande de “pare” frente a los ojos. Mi cuerpo se detuvo y yo me tuve que detener a ver que pasaba.

Los sentimientos de culpa generan una energía negativa y una ansiedad que lejos de ayudarnos a crecer como personas, nos bloquea la energía, nos llena de miedo y nos paraliza. Muchas de las enfermedades que nos agobian en este mundo moderno se derivan de estos sentimientos de incapacidad. Entonces como

Siempre me he preguntado porque nos cuesta tanto perdonarnos a nosotros mismos las cosas más nimias, y perdonamos con tanta facilidad en otros las cosas más graves. ¿Donde aprendemos a tratarnos con tanta crueldad a nosotros mismos? ¿En qué momento de nuestro desarrollo aprendemos a ser tan duros? ¿Cómo prevenimos que nuestros hijos sean de la misma manera?

Muchas veces sin darnos cuenta, les enseñamos a nuestros hijos que tienen que “merecer” nuestro amor. Les decimos con nuestra actitud y nuestro lenguaje corporal que cuando se “portan mal”, es decir, cuando no hacen lo que nosotros esperamos de ellos, no tienen nuestro afecto. Los castigamos cuando lloran para expresar sus necesidades. Los hacemos sentir que hay algo malo intrínseco en ellos cuando hacen algo mal. Entendemos como disciplina el decirle al niño que es malo, que es irresponsable, que es egoísta, que es sucio… Así poco a poco les vamos enseñando que ellos son intrínsecamente malos, y que tienen que esforzarse en “ser buenos” para que la gente, aun la más cercana a ti, te quiera y te acepte. Vamos desde pequeñitos aprendiendo a no confiar en nuestros instintos, en lo que sentimos, sino en buscar la aprobación externa de lo que hacemos.

Si queremos que nuestros hijos no vivan en el mundo de la culpa, y para que aprendan a perdonarse, debemos comenzar a enseñarles desde bebes que equivocarse está bien, que expresar sus sentimientos está bien, que aun cuando se “porten mal” siguen siendo “buenos” en su esencia, en su interior. Nosotros como padres debemos aprender a perdonarnos también a nosotros mismos, a reírnos de nuestros propios errores, a celebrar nuestros fallos, y a confiar en nuestra esencia y nuestros instintos.

2 comentarios:

Unknown dijo...

WOOWWW Susana!!! que reflexion! Me encanto! La comparto en mi pagina. Me gusta cada vez mas leerte!

Susana dijo...

Gracias Bren...me encanta el feedback.