jueves, 17 de mayo de 2012

Aqui estoy de nuevo

Si, aquí estoy...casi un año después. ¿Pensaban que me había ido, que había desaparecido? Pues la verdad es que yo no quería desaparecer, pero a veces la vida le cambia a uno los planes. Nunca me imaginé cuando empecé a escribir este blog lo que la vida me tenía preparado. Muchos de Uds. lo saben ya, pero para los que no, les cuento que a pocos meses de haber comenzado esta aventura, me diagnosticaron un Cáncer de mama. Fueron momentos difíciles, sin duda alguna. No me sentía de ánimo de escribir. Pero ahora, casi un año después, con el tratamiento exitosamente terminado, tengo muchas cosas nuevas que contar y qué decir. Así que aquí estoy de nuevo. 

Es por eso que quiero compartir con Uds. una carta que le escribí a mi tumor, recién terminando mi tratamiento, y la cual envíe al conocido "Concurso Cartas de amor de Montblanc". Mi carta fue seleccionada entre las casi 2000 cartas participantes y ganó, no sólo el segundo lugar del Concurso, sino también el premio del público, lo cual fue un gran honor. Fue una experiencia maravillosa y sanadora, que me permitió cerrar un año de aprendizaje y sacrificio, mío y de mi familia, con una nota festiva. Además me permitió darme cuenta de lo importante que es para mí escribir lo que siento, y que debo mantenerme fiel a esta práctica. 



A continuación les transcribo la carta.



Mí querido tumor:
Puede parecerte extraño que te escriba una carta de amor. Para serte honesta a mí también me sorprende un poco. Mis sentimientos hacia ti han sido siempre muy confusos, y mi relación contigo siempre ha sido complicada. Mucha gente pensaría que esta debería ser una carta de odio, de desprecio. Todo lo contrario, esta carta está llena de respeto, y de agradecimiento. Como podría yo odiarte si eres parte de mi, si eres carne de mi carne.  Si algo he aprendido estos meses ha sido aceptarte como parte de mí. Aun ahora que te digo adiós, se que tu memoria siempre quedara conmigo y que mi vida no será nunca la misma, después de haberte tenido dentro.
Yo no te esperaba: estaba demasiado ocupada con mi vida, con mi felicidad. Llegaste sin ser invitado, en el momento más inoportuno, y te metiste dentro, muy cerca de mi corazón, escondido bajo mi seno izquierdo. Allí te instalaste calladamente,  mientras yo estaba distraída, primero con la otra vida que crecía dentro de mi vientre, y luego completamente sumergida en la dicha enorme de amar a un hijo.  Y tú silenciosamente crecías y crecías, alimentándote de mi ignorancia. Qué extraño me resulta pensar ahora que al mismo tiempo mi cuerpo albergaba y alimentaba a la vida y a la muerte, al amor máximo y al enemigo mayor.
El primer recuerdo que tengo de ti, es el de un fuego que me quemaba el pecho. No el fuego apasionado del amor, ni ese que te sube por el rostro cuando te sonrojas. Este fuego era doloroso, como si me pusieran alcohol en una herida abierta. Una urgencia que impulsa a soplar para aliviarla. Ya en ese momento intuía que algo vivía bajo mi piel, pero yo me negaba a verte y te llamaba por otros nombres para pretender que no existías.
Pero como siempre, llegó el momento de enfrentar lo inevitable, y en una sala helada, te vi por primera vez claramente. No tuvimos tiempo de conocernos, de ser amigos primero, hubo urgencia de mirarte a los ojos y de escuchar tu nombre de los labios de otra mujer, que entendió mis lágrimas sin preguntar nada. Cáncer. Luego vinieron muchas noches de insomnio, pensándote, esperando saber tu apellido, tratando de imaginar la vida (o la muerte) contigo, preguntándome de donde habías venido, revisitando una y otra vez el futuro y el pasado, pero sobre todo llorando, calladita para no despertar al que dormía a mi lado. ¿Cómo explicarle a él mi miedo, cuando cada noche me besaba y me decía que todo iba a estar bien?  ¿Cómo decirle que esto era entre tú y yo, y que él no podía entrometerse? Ese hombre que me ha amado como nadie, y que hasta estuvo dispuesto a aceptarte durmiendo entre nosotros. No podía hacerle eso a él. Por eso durante el día me esforzaba intentando que todo siguiera igual, no me sentía enferma ni me dolías y hasta a ratos parecía que no existieras, que te hubiera soñado. Pero de repente me asaltaba tu certeza en la sonrisa de mis hijos, o en unos planes para el futuro, en una frase inocente que alguien decía, o en un comercial de televisión. Todo parecía haber perdido importancia, solo tenía pensamientos para ti. Intentaba en vano mantenerte lejos de mi mente, porque sentía que pensarte te daba poder sobre mí. Quería ignorarte, pero aparecías por todos lados.
Vinieron salas frías, esperas interminables, decisiones que no quería tomar. Hablaba de mi futuro y el de mi familia con médicos que no conocía, que hablaban acerca de ti como si te conocieran a pesar de que no te habían tenido nunca tan cerca como yo. Y fui añadiendo a mi diccionario palabras que no conocía, nombres de medicinas, de médicos. Las salas de espera se convirtieron en mi casa y ahí tú y yo estábamos a solas, mirándonos a los ojos, tomándonos las manos como adolescentes. Abrí mis venas y mi cuerpo para poder llegar a ti. Agujas, tubos, botellas, jeringas, sangre, fluidos entrando y saliendo. Recuerdo que me irritaban las conversaciones de otros pacientes, las recomendaciones y comentarios interminables de la gente: agua de coco, sopa de miso, tomate de árbol, el libro de Eva, deja los lácteos, no uses anti-transpirante, mi hermana se curó de eso, fulanita se murió de aquello. Nada me importaba…éramos tu y yo encerrados en nuestra batalla, y el miedo, y el cansancio.
Me arrebataste los pequeños y grandes placeres de la vida. El olor del café de las mañanas, una buena comida, un libro agradable, el calor del sol sobre la piel, una película, jugar con mis hijos, una copa de vino, el intimo abrazo de mi esposo. Todo desapareció, solo me consolaba dormir. Me miraba al espejo por las mañanas buscando en mis ojos la vida, la alegría, la fuerza para seguir adelante. Mi rutina se convirtió en un ir y venir de medicinas en inyecciones. Cuando me preguntaban que me apetecía, decía invariablemente nada. Eso era lo que me quedaba, nada. Solo la inercia de levantarme cada mañana, el tetero de los niños, llevarlos al colegio, hacer las tareas. Una seguidilla de obligaciones y citas a las que atender. Solo el amor infinito de mis tres hombres me mantenía andando cada día, y aún a ellos tuve que decirles que no, que no, que no, tantas veces. Alguien me dijo que este era el momento de ponerme primero yo. La realidad es que eras siempre tu el que estabas primero.
Me salvo el amor. Recuerdo verme reflejada en los ojos de mis hijos, y pensar en lo que sería su vida sin mí. En ese preciso instante decidí que no, que eso no iba a pasar, que era hora de decirte adiós. Y entonces algo se rompió entre nosotros, y comencé a verte distinto. Tuve la certeza de que estabas allí por mí, y nadie podía sacarte si no era yo. Comencé a buscar dentro de mí la fortaleza para despedirme. Cada noche te miraba a los ojos y te decía que ya, que la lección estaba aprendida, que yo te había creado y ahora tenías que irte. Mientras se me llenaba el cuerpo con veneno tumbada en un sofá, te iba viendo alejarte. Tu poder sobre mi iba disminuyendo cada día, a pesar de lo débil que me sentía, a pesar de los glóbulos blancos por el piso, a pesar de las nauseas, sabía que yo tenía en mi la fuerza para dejarte ir. Me veía al espejo y me decía que a pesar de estar calva, sin cejas ni pestañas, con los labios pálidos, era hermosa y valiente, y que me amaba más a mí que a ti, y que uno de los dos tenía que irse, y no iba a ser yo.
Y así fue, poco a poco fuiste alejándote, haciéndote mas y mas pequeño. Te arranque de mi pecho con lo que quedaba de él,  y asumí mi cicatriz con el orgullo con que se presume una marca de guerra. Y luego vino una cita diaria con un rayo invisible que te termino de desvanecer. En mi mente, esa era una espada que yo empuñaba y con la que te atravesaba el pecho. Allí, recostada y enfrentada con una fría maquina, vestida con una bata de papel y con el pecho pintarrajeado con tinta negra, termine de despedirme de ti, para siempre. Y entre lágrimas te di las gracias por todo, y volví a mi vida. A recuperar poco a poco lo que te llevaste.
Ahora que finalmente te has ido, queda tu memoria, tu recuerdo, tus huellas. Estoy consciente de que hay que pasar la página, pero no puedo hacerlo sin agradecerte todo lo que me has dado. Todo lo que me quitaste me lo has devuelto poco a poco, y ahora esas pequeñas cosas son tesoros invaluables para mí. Nunca sentí tan delicioso el aroma del café en la mañana, ni disfrute tanto leyendo de un solo tiro un libro. Nunca antes me reí como me rio ahora. Ya no pierdo mi tiempo en rencores inútiles, en miedos absurdos. El sol caribeño me acaricia y tengo amor en mi vida. No necesito más. Tú cambiaste mi vida para siempre, para bien. Gracias a ti llevo una sonrisa en los labios cada día. Me has hecho feliz de una manera que solo yo entiendo. Me siento bendecida de haberte conocido y de haberte tenido tan cerca.
Ahora vete, eres libre. Yo soy libre, verdaderamente libre.



En mi proxima entrada les hablare un poco de los retos y recompensas de  ser una madre con Cáncer. 


Mientras tanto les dejo tambien las palabras de agradecimiento que escribi a raiz del triunfo en el Concurso. 



Estimados amigos:
Desde hace semanas me ronda en la cabeza la enorme deuda que tengo con la vida por haberme regalado todas las hermosas (y a veces duras) experiencias que he vivido este último año, especialmente después de ver la respuesta que ha recibido la carta que le escribí a mi tumor. Tendría que escribir montones de cartas de amor y nunca estaría ni cerca de expresar lo enriquecedoras y sanadoras que han sido estas últimas semanas. Me siento colmada de bendiciones y tengo tanta gente a la cual manifestarles lo importante que han sido, que temo olvidarme de alguien. Por eso diligentemente y con paciencia escribí estas líneas:
Quisiera comenzar por agradecer a la gente que hizo posible, con su profesionalismo y mística profesional, el que yo esté aquí hoy: al equipo de maravillosas mujeres doctoras que me tomaron bajo sus alas: La Dra. Adriana Pizarro, la Dra. Isabel García-Fleury, la Dra. Liliam Vivas y la Dra. Doris Barboza. A la gente del grupo Idaca del Centro Médico de San Bernardino que supieron acompañar con calor humano la difícil noticia del diagnostico. A todo el equipo que con tanta ética y paciencia trabajan en la sala de quimio de la Clínica La Floresta, logrando con sus bromas y camaradería que en esos momentos difíciles uno se sienta entre amigos. Al personal de enfermería y de administración del grupo Arsuve, que siempre nos atendieron con paciencia y cariño. A los técnicos, enfermeras y secretarias del grupo Gurve que diariamente me acompañaron durante la radioterapia. A todos aquellos que me facilitaron la vida, desde cualquier punto de vista, durante el largo período de tratamiento. A mis compañeros pacientes, a los que hicieron las interminables esperas en las salas un poco más llevaderas con sus conversaciones y a veces con sus silencios.
A mis amigos, ustedes saben quiénes, los de siempre, los nuevos, los que no sabía que eran tan buenos amigos. Los que escucharon, ofrecieron, acompañaron, los que se molestaron conmigo porque no les avise antes pero me perdonaron, los que me mandaron besos, los que me mintieron diciendo que estaba bonita aun sin pelo, los que trataron de sonreír y pretender que nada sucedía cuando les dije lo que pasaba. Los que vinieron a tocar la puerta de mi oficina cuando no estaba, los que mandaron correos, los que lloraron cuando escucharon la noticia, y los que no. También a mis amigos virtuales y reales en el facebook y en el twitter, que calladamente aceptaron mis ausencias y me recibieron con los brazos abiertos y sin preguntas, cuando tuve fuerzas de regresar. Gracias por no dejar de seguirme, ni borrarme de sus listas.
A todas y cada una de las personas que se tomaron el tiempo de leer mi carta, de votar, de comentarla, de escribirme, de mandarme su cariño y su solidaridad, sus bendiciones y sus buenos deseos. A los que lloraron y no tuvieron miedo de contarlo. A los que estuvieron conmigo la noche de la premiación, y a los que quisieron estar y no pudieron. A los que me abrazaron como si me conocieran de toda la vida. No tengo forma de expresar lo mucho que significa para mi cada una de sus palabras, no solo un cariño a mi ego, sino la certeza de que el mundo está lleno de historias de amor, y por lo tanto lleno de esperanza.
A los compinches  finalistas del concurso, gente maravillosa que no estuvieron allí por casualidad.  A Carolina, Marianne, Daniel, Albio, Juan Carlos, Mariana, Milena, Cynthia y Reinaldo,  gracias por las risas, la complicidad, la camaradería y la generosidad, de los que saben que comparten un regalo único y sagrado.
Al Concurso Cartas de Amor, sus organizadores y patrocinantes, por haberme dado la oportunidad de vivir la experiencia del amor en su expresión más pura, humana, desinteresada y sin fronteras. Sigan abriendo los corazones de la gente al amor a través de las letras.
A Judith mi hermana adorada que se mantuvo a mi lado y acompañándome todo el tiempo, siempre pendiente de cada tratamiento, de cada  resultado, de cada avance y retroceso, celebrando los triunfos y las buenas noticias como si fueran de ella. También a Carlitos mi hermano, que a pesar de tener su propia tragedia familiar, encontró la manera de hacerme sentir su apoyo. A mi mamá por llorar por mí, cuando yo no podía darme ese lujo, y por entender que yo no lo hiciera. A mi papi bello, por ser ejemplo de fortaleza inconmensurable, e inspiración en esos momentos en que me faltaban las ganas.
A Otilia, la abuelita de mis bebes, que se encargo de mi casa y de mis muchachos cuando yo no podía hacerlo. Gracias por darme la paz de saber que podía confiar en Ud. mis tesoros más valiosos. También a América y Honny y la familia Patriotas por ser la casa a medio tiempo de mis pequeñitos, y hacer que cada mañana saliera tranquila y sonriente a mi vida, sabiendo que mis hijos quedaban en buenas manos.
A mis hijos, por quererme incondicionalmente, por aceptar mi amor arrebatado, protector, celoso, sentimental, meloso, rabioso. Por perdonarme las ausencias, las faltas de ganas, la falta de fuerzas. Gracias por secarme las lágrimas de los ojos, por dejarme dormir la siesta cuando me sentía agotada, por quedarse acostados a mi lado viendo la TV, por no dejar que me hundiera en la auto-compasión, por ser hermosos, sanos, fuertes e inteligentes a pesar de todo lo que han pasado.
A mi gran y eterno amor Manuel, que ha llenado mi vida de milagros, de alegrías, de besos, de la cálida certeza de ser amada como soy. Te agradezco tu fortaleza, tu sonrisa en los peores momentos, tus brazos para arroparme, ese empeño en hacer cada sesión de quimio un viaje a la playa, la certeza contagiosa de que todo iba a pasar. Gracias por ocultarme tu miedo, y por aceptar el mío. Por seguirme amando con esa obstinada convicción, con todo y mis cicatrices. Por pasar nuestro aniversario de bodas rasurándome la cabeza. Por llevarte a los niños a la sala y apagar la tv para que yo descansara. Sobre todo por estar a mi lado, siempre, a cada paso, cada minuto.
Y finalmente, gracias a los tumores, a las mamarrosas, a los ex-esposos, a las niñas  de la radio, a los besos, a los bebes no nacidos, a las mudas y los brutos, a los jefes, a los que montan cachos, a los que mueren y matan,  y a todos aquellos que inspiran cartas de amor, haciéndonos conscientes de lo hermoso que es este viaje llamado vida. Gracias.


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