miércoles, 4 de julio de 2012

La importancia de agradecer


La semana pasada les hablé de tres palabras que tienen el poder de cambiar la vida. Perdón, amor y gracias. Estas tres palabras, y las experiencias que describen, son el pilar fundamental de una vida sana, tanto desde el punto de vista emocional, como el físico y el espiritual. Ya vimos por que el perdón es esencial para aceptar nuestra realidad, encontrar la paz, aprender a vivir en el presente, y darnos la oportunidad de equivocarnos para convertirnos en mejores seres humanos. 

La gratitud es la otra cara de la moneda del perdón. El perdón y el agradecimiento van de la mano, porque si no logramos perdonar, no encontraremos razones para agradecer, y si no nos damos cuenta de lo mucho que tenemos para agradecer, no sabremos como perdonar. La gratitud es la línea de partida para la construcción de los milagros. Algunas veces parece que no tenemos nada que agradecer, pero siempre hay razones, por muy simples que parezcan. Comienza por lo primero que se te ocurra. El sol en el cielo, los zapatos que tienes puestos, los dedos de tus manos, tus hijos, la vida en ti....Somos recipientes de tantas bendiciones, que nos acostumbramos a tenerlas cada día, y nos olvidamos de agradecer por ellas. Cuando comenzamos a dar gracias, nos vamos dando cuenta de lo mucho que tenemos, de lo afortunado que somos. Agradecer es una poderosa herramienta para reconocer la luz que brilla en nosotros, una reconexión con la espiritualidad.

Cuando hacemos del agradecer un habito, no solamente les enseñamos a nuestros hijos a poner atención a las cosas hermosas y maravillosas que tenemos, sino que nos sentimos más felices, mas conectados con la creación y con lo divino, y a partir de allí podemos construir una vida mejor. Llenando nuestra vida de la energía positiva del agradecimiento, atraemos a nuestra vida más y más bendiciones. Recuerda que lo que piensas y crees desde el fondo de tu corazón, moldea tus acciones, y tu actitud hacia la vida, y a su vez tu actitud determina lo que puedes lograr. Así que si te sientes bendecido, y afortunado en la vida, podrás alcanzar cosas que ni tú mismo creías posible. Honestamente creo que es uno de los regalos más maravillosos que puedo darle a mis hijos.

Así que me he propuesto hacer parte de mi rutina de cada día sentarme con mis hijos y agradecer, con ellos, por dos o tres cosas. Experiencias que hayan pasado en el día, que nos hagan sonreír, cosas que tenemos, o cosas que hemos sentido. Además de hacer de esto un momento especial, para compartir con mis hijos, de escuchar acerca de su día, y ellos del mío, nos permite centrarnos en el presente. 

lunes, 25 de junio de 2012

Perdón, amor y gracias.


Desde hace unos meses estas tres palabras aparecen en mi vida a cada paso. Pareciera que el Universo las ha puesto una tras otra, en sucesión, como los durmientes sobre los cuales construir una guía para el camino. La ruta sobre la cual voy siendo llevada mansamente, casi sin darme cuenta, al destino que es mi vida. Perdón, amor, gracias, perdón, amor, gracias, perdón, amor, gracias.

Las tres palabras se entretejen y esconden en cada cosa que leo, en cada canción, en cada conversación. Como si con ellas ya todo estuviera dicho. Y me voy dando cuenta de que con cada una voy encontrando las respuestas a todo.

Por eso quería colocar aqui unas palabras de reflexión acerca de la importancia de educar a nuestros hijos en la disciplina de perdonar, de dar gracias y de amar.

Perdonar es un arte humano que hemos ido olvidando. Muchas veces guardamos rencores y memorias de lo pasado. Muchas veces nos sentimos culpables por lo que hicimos y no hicimos. Pensamos que perdonar es síntoma de debilidad. Lo cierto es que el perdón es uno de los regalos más maravillosos que puede darnos el universo. El perdón es la base de la esencia del ser humano, porque gracias al perdón nos podemos dar la oportunidad de crecer, a través del aprendizaje que nos dan nuestros errores.

A menudo les exigimos a nuestros hijos que sean casi perfectos, y en ese afán no nos permitimos perdonar ninguna falla. Lo mismo nos hacemos a nosotros mismos. Castigamos los errores cometidos y nos justificamos diciendo que lo hacemos por amor, porque queremos lo mejor para ellos. Hemos oído hasta el cansancio que si cedemos, nuestros hijos tomaran ventaja de nuestra debilidad. Así que no nos damos el lujo de perdonarlos, aun cuando eso sea lo que nuestro corazón anhela, y lo que podría darles a ellos la paz de saber que su verdadero valor no depende de lo que ellos hagan. 


Lo cierto es que en muchas ocasiones es el ego el que nos impulsa. Preferimos tener la razón que tener la paz. Presumimos los triunfos de nuestros hijos como nuestros, pero de igual manera deberíamos presumir sus fracasos, porque es a través de ellos que se hacen humanos y crecen.

Por eso te invito a perdonar. A perdonarte en primer lugar a ti misma por tus errores como madre. Y te invito a perdonar a tus hijos, cada vez que puedas. Enseñémosle con el ejemplo a nuestros pequeños el valor del perdón. Aprendiendo a perdonarse primero, es como aprendemos a perdonar a los demás. Y perdonando a los demás y a nosotros mismos nos liberamos de un enorme peso, y disfrutamos de la paz.

La próxima semana seguiré conversando acerca de estas tres palabras, y de la importancia de darle prioridad a su enseñanza a nuestros niños.





miércoles, 20 de junio de 2012

Acepta lo que la vida te trae



Estoy trabajando en unos escritos acerca de la actitud hacia las enfermedades, y como cambiando nuestra actitud podemos influir en el tratamiento de las mismas. Esencial en este proceso es el aceptar la enfermedad. Pero escribiendo al respecto, me he dado cuenta de que la aceptación es un proceso primordial para determinar cómo vivimos. 

El verbo aceptar es definido por la Real Academia Española como "Recibir voluntariamente o sin oposición lo que se da, ofrece o encarga". La vida cada día nos ofrece múltiple situaciones, retos y oportunidades. Sin embargo nosotros muchas veces nos oponemos a estas situaciones y nos negamos a recibirlas. Creemos que es nuestra responsabilidad cambiarlas. Creamos así una resistencia que nos deja exhaustos y nos arrebata el gozo. Afrontamos la vida como una lucha, donde cada día se convierte en una batalla contra las situaciones que nos afectan. Nos empeñamos en cambiar las situaciones y las personas, en lugar de hacer el cambio en donde realmente importa, que es en nuestro interior.

Aceptar lo que sucede en tu vida, sea bueno o malo, es el primer paso para ser feliz. Aceptar no significa resignarse. Aceptar es tener conciencia de cómo nos afecta lo que sucede alrededor de nosotros, y tomar una decisión acerca de cómo deseamos reaccionar a ese evento.

Los niños son especialistas en aceptar. Puede ser que nos hagan un berrinche cuando les decimos que tienen que bañarse, pero una vez que están dentro de la ducha, se divierten montones, y resulta que luego no quieren salirse.

Plantéate hoy la posibilidad de aceptar de buena gana lo que suceda en tu día. Te darás cuenta de que cada pequeña cosa puede ser recibida con la visión de aprender de ella, de usarla para crecer, para mejorar. Te sentirás mucho mejor casi de inmediato.

“Cuando tomas la decisión de aceptar, te das cuenta de que es una actitud sanadora para muchos aspectos de tu vida. Te permite un espacio de reflexión e introspección, y te da una nueva perspectiva. La vida no es buena o mala, depende de nuestra actitud el convertir cada cosa que nos sucede en un drama, o en una oportunidad de crecer y cambiar. La aceptación no es sinónimo de resignación, todo lo contrario”.


miércoles, 13 de junio de 2012

Hay que ser responsable

La semana pasada una casualidad (??) me llevó a encontrarme con una interesante pagina que se llama Amarse a uno mismo y les invito a leerla. Llegué alli a través de un link que hablaba de la técnica de Ho’oponopono para sanar. Esta técnica se base en asumir que nosotros somos responsables de lo que pasa en nuestro mundo. En una cita textual "... la total responsabilidad se extiende a todo lo que está presente en tu vida, simplemente porque está en tu vida. Es tu responsabilidad en un sentido literal. Todo el mundo es tu creación".

Esta lectura me hizo pensar en lo que significa ser responsable de nuestros actos, y lo importante que es enseñarle esto a nuestros hijos. Acostumbramos a hablar de responsabilidad como una pesada carga que debemos cumplir: "es tu responsabilidad hacer las tareas" o "tu vas a ser responsable de lo que pase si no haces lo que te digo". Pero la realidad es que hay un nivel importantisimo de responsabilidad que no le enseñamos a nuestros hijos, simplemente porque no tenemos la conciencia de la misma. Es la responsabilidad sobre los propios sentimientos. La responsabilidad de cuidar de nosotros mismos. La responsabilidad de escoger la actitud con la cual afrontamos las situaciones del día a día. Nosotros como padres y como adultos evadimos muchas veces esta responsabilidad.


¿Cuántos de nosotros no nos hemos sentido víctimas de las cosas que pasan alrededor? Nos olvidamos que sólo nosotros podemos decidir cómo nos sentimos con respecto a lo que pasa fuera de nosotros. Es decir, nos olvidamos de que somos responsables de cómo nos sentimos. Si nos sentimos mal en una situación determinada, siempre podemos tomar la decisión de quedarnos o irnos, de engancharnos o dejar ir, de quejarnos o de resolver, de aprender, de perdonar.

Es importante tomar conciencia del inmenso poder que significa la posibilidad de elegir dentro de nosotros la actitud que tenemos ante lo que nos sucede cada día. Es parte de nuestra esencia. 

Enseñémosle a nuestros hijos esta poderosa herramienta. Desde las cosas más sencillas, desde la cotidianidad. A partir de nuestra propia experiencia, con nuestro ejemplo, demostrémosle que siempre se puede escoger entre una actitud positiva y ganadora, y una derrotista y vicitimizante, entre crecer y aprender o sentirme inferior y derrotado. Y el que puede escoger la actitud eres tú, y solo puedes cambiarla en el momento en que tomas conciencia y desde el presente, tomas esa decisión.

Les estaremos dando una de las más grandes herramientas, el control sobre su vida y lo que les sucede. Y así, juntos seguiremos creciendo, aprendiendo y avanzando.

miércoles, 6 de junio de 2012

Tienes que quererte a ti misma

Cuando uno decide tener hijos, comienza a pensar recurrentemente en el futuro. Cada día de la vida de los padres esta signado por una imagen de los hombres y mujeres que quieren que sean sus hijos, y en base a eso vamos educando a nuestros niños. Algunos padres quieren que sus hijos tengan lo que ellos no tuvieron. Otros quieren que sus hijos vivan una vida que ellos hubiesen querido vivir: ser pianistas, ser abogados, viajar, tener una boda de ensueño. Casi todos tenemos fantasías donde vemos a nuestros pequeños recibiendo medallas en las olimpiadas, y hasta el premio Nobel: Nos sentiríamos tan orgullosos. Nos sentiríamos unos padres triunfadores, pero pocas veces nos preguntamos cómo se sentirían ellos. Tratamos de darles todas las herramientas que les permitan "triunfar" en el mundo: karate, inglés, pasarela, etiqueta....aun cuando es probable que las mismas herramientas sean completamente inútiles en el mundo de dentro de 15-20 años. El otro día recordábamos con mi esposo cuantas horas de escuela perdimos aprendiendo taquigrafía, mecanografía, dibujo técnico, caligrafía Palmer...cosas completamente inútiles en el mundo de hoy en día. 

Yo he pensado mucho en esto. Trato de imaginarme que serán de grande mis muchachos. Me resulta difícil imaginarlos adultos. Pero de algo estoy segura: no importa lo que yo quiera o desee para ellos, serán ellos los que decidan. Y yo solamente podré estar allí para apoyarlos y darles ánimo en lo que decidan. Lo único que yo quiero para ellos es que sean felices. Sí, así de sencillo, que sean felices, que tengan paz en su corazón. Mas allá de que sean exitosos, yo quiero que disfruten de su vida y que a través de su felicidad puedan llevar felicidad a los que están a su alrededor. Como madre mi deseo es darles los fundamentos para que ellos construyan esa felicidad. Y a mi entender el amor es la base, la garantía de una vida feliz: yo quiero que se sientan amados cada día para que sepan lo valiosos y hermosos que son, y puedan conocerse, aceptarse y amarse a ellos mismos, y así amar sin miedos ni restricciones a los que están a su alrededor.

¿Cómo se enseña a amar? En primer lugar, amándolos por supuesto. Comprendiendo la importancia de amarlos y de hacerlos sentir amados, que no es necesariamente lo mismo. Cada día, a cada minuto. Cuando son adorables y encantadores, y cuando lloran sin parar por horas. Cuando hacen sus tareas, y cuando no quieren hacerlas. Cuando son todo lo que siempre soñamos en un hijo, y cuando son la peor pesadilla que podamos tener. Solo así les podemos enseñar que el amor está por encima de todas las barreras, y que pueden atreverse a experimentar la vida y equivocarse, y encontrar quienes son realmente en su interior,  sin miedo a dejar de ser amados.

La otra base fundamental para enseñarles a nuestros hijos a amarse, es por supuesto ser nosotros el ejemplo de ello. Recordemos que nuestros hijos aprenden a copiar nuestras conductas y actitudes. ¿Cómo podemos enseñarles a amarse, si nosotros no lo aplicamos a nosotros mismos? Tenemos que aprender a amarnos, a aceptarnos, a perdonar nuestros errores. No es fácil...se requiere un gran trabajo interno para lograrlo, pero es esencial. Es un trabajo de cada día. Cambiar nuestra actitud hacia nosotros mismos. Tratarnos con respeto, y exigir el respeto que merecemos. Cuidar nuestro cuerpo con amor. Cuidar nuestra alma. Eliminar de nuestro vocabulario las palabras despectivas para con nosotros mismos. Rodearnos de belleza, de cosas positivas. Mirarnos al espejo con satisfaccion, y caminar por la vida con la certeza de que somos unicos y especiales. 

Y bueno, en eso andamos. Aprendiendo para enseñar.





lunes, 21 de mayo de 2012

Las madres tambien nos enfermamos.

"Hace unos dias recibi una noticias muy fuertes. Noticias que cambiaran mi vida y la de mi familia. Desde ese momento mi cabeza da vueltas y vueltas, pensando mil cosas, pero sobre todo pensando en mis hijos, en su futuro, en lo que va a ser su vida."

Estas fueron las escasas lineas que logre escribir cuando todavia estaba en shock por el diagnóstico, unos dias antes, de un tumor en mi mama izquierda. Hoy se cumple un año exacto de ese duro día en que me dijeron que tenía cancer. Parece mentira que haya pasado un año. Recuerdo con lujo de detalles cada minuto: la cara de preocupación de la técnico que me estaba haciendo la mamografía, como me corrían las lágrimas por las mejillas mientras iba de regreso a mi casa, y sobre todo el miedo. El miedo a la muerte, que parece que siempre va de la mano de ese diagnóstico tan terrible.

Una de las cosas que me pasaba por la cabeza insistentemente, era lo injusto que era que me pasara esto cuando estaba en pleno disfrute de mi bebe, de apenas 9 meses de edad. Luego de tener mi primer hijo mi esposo y yo habíamos buscado insistentemente tener otro bebe. Luego de casi cinco años y dos perdidas, lo habíamos logrado y recien parecia que le dabamos la bienvenida al mundo a nuestro pequeño angelito. Y ahora esto...¿como se compagina la vida en familia que siempre has soñado, con un imprevisto como esto?. Sentía que me estaban jugando una cruel broma pesada.

Pensaba más que nada en mis hijos, de una manera distinta a como siempre había pensado en ellos. Trataba de imaginarme como sería para ellos vivir sin mí. Sabía que tienen un padre maravilloso y muy capaz de sacarlos adelante con bien, pero por más que lo intentaba no me imaginaba como iban a sobrevivir sin el amor de mami, sin mis mimos, sin mis cuidados... ¿serían los niños que siempre soñé que serían? Como podía yo hacerles tanto daño...abandonarlos. Marcarles la vida para siempre. ¿Se acordarían de mí? ¿Me odiarían por haberlos dejado? El más pequeño seguramente ni sabría que había tenido una mamá. Pero seguro que el mayor si se acordaría.

A medida que pasaban los días, las preocupaciones se iban sumando. Ya no era sólo que pasaría si se quedaban solos, sino que a medida que el tratamiento iba progresando, y me iba sintiendo cada vez más débil, me preguntaba cómo iba a poder ocuparme de ellos. ¿Cómo decirles que estaba enferma? ¿Cómo prepararlos para lo que iban a ser unos difíciles meses? ¿Cómo explicarles que ya no podía hacer con ellos muchas de las cosas que antes hacía? Me sorprendió gratamente lo sencillo que fue para ellos adaptarse a la nueva situación en casa. Comprendieron con una increíble madurez cuando no me sentía bien, cuando no quería salir de casa, cuando necesitaba dormir...hasta comprendieron con naturalidad cuando se me cayó todo el cabello en cuestión de unos días, y cuando mami se quedó sin una tetica luego de la operación. Probablemente las cosas en las que nunca pensé, fueron las más difíciles: Gracias a Dios la abuelita de mis bebes estuvo ayudándonos en casa, porque las cosas más sencillas y cotidianas se convirtieron para mi eran grandes retos. Aprender a tolerar cuando la ropa se acumulaba en la cesta, o la casa estaba muy desordenada, y yo no tenía fuerzas para levantarme a hacerlo. Y ni hablar de preparar comida, en cuanto entraba a la cocina y olía algún condimento, tenía que salir corriendo a vomitar. 

En fin, ha pasado un año…y la casa sigue ahí, y mis hijos siguen bellos y sanos. Si acaso, toda esta experiencia les ha enseñado a ser mas compasivos y comprensivos, y a mí me ha enseñado a tener confianza en ellos. Ellos son más fuertes e inteligentes de lo que yo pienso. Adaptarse a las circunstancias de la vida y seguir adelante, apoyándonos unos a los otros, y amándonos sin importarnos las condiciones, eso es lo que nos hace una familia.




jueves, 17 de mayo de 2012

Aqui estoy de nuevo

Si, aquí estoy...casi un año después. ¿Pensaban que me había ido, que había desaparecido? Pues la verdad es que yo no quería desaparecer, pero a veces la vida le cambia a uno los planes. Nunca me imaginé cuando empecé a escribir este blog lo que la vida me tenía preparado. Muchos de Uds. lo saben ya, pero para los que no, les cuento que a pocos meses de haber comenzado esta aventura, me diagnosticaron un Cáncer de mama. Fueron momentos difíciles, sin duda alguna. No me sentía de ánimo de escribir. Pero ahora, casi un año después, con el tratamiento exitosamente terminado, tengo muchas cosas nuevas que contar y qué decir. Así que aquí estoy de nuevo. 

Es por eso que quiero compartir con Uds. una carta que le escribí a mi tumor, recién terminando mi tratamiento, y la cual envíe al conocido "Concurso Cartas de amor de Montblanc". Mi carta fue seleccionada entre las casi 2000 cartas participantes y ganó, no sólo el segundo lugar del Concurso, sino también el premio del público, lo cual fue un gran honor. Fue una experiencia maravillosa y sanadora, que me permitió cerrar un año de aprendizaje y sacrificio, mío y de mi familia, con una nota festiva. Además me permitió darme cuenta de lo importante que es para mí escribir lo que siento, y que debo mantenerme fiel a esta práctica. 



A continuación les transcribo la carta.



Mí querido tumor:
Puede parecerte extraño que te escriba una carta de amor. Para serte honesta a mí también me sorprende un poco. Mis sentimientos hacia ti han sido siempre muy confusos, y mi relación contigo siempre ha sido complicada. Mucha gente pensaría que esta debería ser una carta de odio, de desprecio. Todo lo contrario, esta carta está llena de respeto, y de agradecimiento. Como podría yo odiarte si eres parte de mi, si eres carne de mi carne.  Si algo he aprendido estos meses ha sido aceptarte como parte de mí. Aun ahora que te digo adiós, se que tu memoria siempre quedara conmigo y que mi vida no será nunca la misma, después de haberte tenido dentro.
Yo no te esperaba: estaba demasiado ocupada con mi vida, con mi felicidad. Llegaste sin ser invitado, en el momento más inoportuno, y te metiste dentro, muy cerca de mi corazón, escondido bajo mi seno izquierdo. Allí te instalaste calladamente,  mientras yo estaba distraída, primero con la otra vida que crecía dentro de mi vientre, y luego completamente sumergida en la dicha enorme de amar a un hijo.  Y tú silenciosamente crecías y crecías, alimentándote de mi ignorancia. Qué extraño me resulta pensar ahora que al mismo tiempo mi cuerpo albergaba y alimentaba a la vida y a la muerte, al amor máximo y al enemigo mayor.
El primer recuerdo que tengo de ti, es el de un fuego que me quemaba el pecho. No el fuego apasionado del amor, ni ese que te sube por el rostro cuando te sonrojas. Este fuego era doloroso, como si me pusieran alcohol en una herida abierta. Una urgencia que impulsa a soplar para aliviarla. Ya en ese momento intuía que algo vivía bajo mi piel, pero yo me negaba a verte y te llamaba por otros nombres para pretender que no existías.
Pero como siempre, llegó el momento de enfrentar lo inevitable, y en una sala helada, te vi por primera vez claramente. No tuvimos tiempo de conocernos, de ser amigos primero, hubo urgencia de mirarte a los ojos y de escuchar tu nombre de los labios de otra mujer, que entendió mis lágrimas sin preguntar nada. Cáncer. Luego vinieron muchas noches de insomnio, pensándote, esperando saber tu apellido, tratando de imaginar la vida (o la muerte) contigo, preguntándome de donde habías venido, revisitando una y otra vez el futuro y el pasado, pero sobre todo llorando, calladita para no despertar al que dormía a mi lado. ¿Cómo explicarle a él mi miedo, cuando cada noche me besaba y me decía que todo iba a estar bien?  ¿Cómo decirle que esto era entre tú y yo, y que él no podía entrometerse? Ese hombre que me ha amado como nadie, y que hasta estuvo dispuesto a aceptarte durmiendo entre nosotros. No podía hacerle eso a él. Por eso durante el día me esforzaba intentando que todo siguiera igual, no me sentía enferma ni me dolías y hasta a ratos parecía que no existieras, que te hubiera soñado. Pero de repente me asaltaba tu certeza en la sonrisa de mis hijos, o en unos planes para el futuro, en una frase inocente que alguien decía, o en un comercial de televisión. Todo parecía haber perdido importancia, solo tenía pensamientos para ti. Intentaba en vano mantenerte lejos de mi mente, porque sentía que pensarte te daba poder sobre mí. Quería ignorarte, pero aparecías por todos lados.
Vinieron salas frías, esperas interminables, decisiones que no quería tomar. Hablaba de mi futuro y el de mi familia con médicos que no conocía, que hablaban acerca de ti como si te conocieran a pesar de que no te habían tenido nunca tan cerca como yo. Y fui añadiendo a mi diccionario palabras que no conocía, nombres de medicinas, de médicos. Las salas de espera se convirtieron en mi casa y ahí tú y yo estábamos a solas, mirándonos a los ojos, tomándonos las manos como adolescentes. Abrí mis venas y mi cuerpo para poder llegar a ti. Agujas, tubos, botellas, jeringas, sangre, fluidos entrando y saliendo. Recuerdo que me irritaban las conversaciones de otros pacientes, las recomendaciones y comentarios interminables de la gente: agua de coco, sopa de miso, tomate de árbol, el libro de Eva, deja los lácteos, no uses anti-transpirante, mi hermana se curó de eso, fulanita se murió de aquello. Nada me importaba…éramos tu y yo encerrados en nuestra batalla, y el miedo, y el cansancio.
Me arrebataste los pequeños y grandes placeres de la vida. El olor del café de las mañanas, una buena comida, un libro agradable, el calor del sol sobre la piel, una película, jugar con mis hijos, una copa de vino, el intimo abrazo de mi esposo. Todo desapareció, solo me consolaba dormir. Me miraba al espejo por las mañanas buscando en mis ojos la vida, la alegría, la fuerza para seguir adelante. Mi rutina se convirtió en un ir y venir de medicinas en inyecciones. Cuando me preguntaban que me apetecía, decía invariablemente nada. Eso era lo que me quedaba, nada. Solo la inercia de levantarme cada mañana, el tetero de los niños, llevarlos al colegio, hacer las tareas. Una seguidilla de obligaciones y citas a las que atender. Solo el amor infinito de mis tres hombres me mantenía andando cada día, y aún a ellos tuve que decirles que no, que no, que no, tantas veces. Alguien me dijo que este era el momento de ponerme primero yo. La realidad es que eras siempre tu el que estabas primero.
Me salvo el amor. Recuerdo verme reflejada en los ojos de mis hijos, y pensar en lo que sería su vida sin mí. En ese preciso instante decidí que no, que eso no iba a pasar, que era hora de decirte adiós. Y entonces algo se rompió entre nosotros, y comencé a verte distinto. Tuve la certeza de que estabas allí por mí, y nadie podía sacarte si no era yo. Comencé a buscar dentro de mí la fortaleza para despedirme. Cada noche te miraba a los ojos y te decía que ya, que la lección estaba aprendida, que yo te había creado y ahora tenías que irte. Mientras se me llenaba el cuerpo con veneno tumbada en un sofá, te iba viendo alejarte. Tu poder sobre mi iba disminuyendo cada día, a pesar de lo débil que me sentía, a pesar de los glóbulos blancos por el piso, a pesar de las nauseas, sabía que yo tenía en mi la fuerza para dejarte ir. Me veía al espejo y me decía que a pesar de estar calva, sin cejas ni pestañas, con los labios pálidos, era hermosa y valiente, y que me amaba más a mí que a ti, y que uno de los dos tenía que irse, y no iba a ser yo.
Y así fue, poco a poco fuiste alejándote, haciéndote mas y mas pequeño. Te arranque de mi pecho con lo que quedaba de él,  y asumí mi cicatriz con el orgullo con que se presume una marca de guerra. Y luego vino una cita diaria con un rayo invisible que te termino de desvanecer. En mi mente, esa era una espada que yo empuñaba y con la que te atravesaba el pecho. Allí, recostada y enfrentada con una fría maquina, vestida con una bata de papel y con el pecho pintarrajeado con tinta negra, termine de despedirme de ti, para siempre. Y entre lágrimas te di las gracias por todo, y volví a mi vida. A recuperar poco a poco lo que te llevaste.
Ahora que finalmente te has ido, queda tu memoria, tu recuerdo, tus huellas. Estoy consciente de que hay que pasar la página, pero no puedo hacerlo sin agradecerte todo lo que me has dado. Todo lo que me quitaste me lo has devuelto poco a poco, y ahora esas pequeñas cosas son tesoros invaluables para mí. Nunca sentí tan delicioso el aroma del café en la mañana, ni disfrute tanto leyendo de un solo tiro un libro. Nunca antes me reí como me rio ahora. Ya no pierdo mi tiempo en rencores inútiles, en miedos absurdos. El sol caribeño me acaricia y tengo amor en mi vida. No necesito más. Tú cambiaste mi vida para siempre, para bien. Gracias a ti llevo una sonrisa en los labios cada día. Me has hecho feliz de una manera que solo yo entiendo. Me siento bendecida de haberte conocido y de haberte tenido tan cerca.
Ahora vete, eres libre. Yo soy libre, verdaderamente libre.



En mi proxima entrada les hablare un poco de los retos y recompensas de  ser una madre con Cáncer. 


Mientras tanto les dejo tambien las palabras de agradecimiento que escribi a raiz del triunfo en el Concurso. 



Estimados amigos:
Desde hace semanas me ronda en la cabeza la enorme deuda que tengo con la vida por haberme regalado todas las hermosas (y a veces duras) experiencias que he vivido este último año, especialmente después de ver la respuesta que ha recibido la carta que le escribí a mi tumor. Tendría que escribir montones de cartas de amor y nunca estaría ni cerca de expresar lo enriquecedoras y sanadoras que han sido estas últimas semanas. Me siento colmada de bendiciones y tengo tanta gente a la cual manifestarles lo importante que han sido, que temo olvidarme de alguien. Por eso diligentemente y con paciencia escribí estas líneas:
Quisiera comenzar por agradecer a la gente que hizo posible, con su profesionalismo y mística profesional, el que yo esté aquí hoy: al equipo de maravillosas mujeres doctoras que me tomaron bajo sus alas: La Dra. Adriana Pizarro, la Dra. Isabel García-Fleury, la Dra. Liliam Vivas y la Dra. Doris Barboza. A la gente del grupo Idaca del Centro Médico de San Bernardino que supieron acompañar con calor humano la difícil noticia del diagnostico. A todo el equipo que con tanta ética y paciencia trabajan en la sala de quimio de la Clínica La Floresta, logrando con sus bromas y camaradería que en esos momentos difíciles uno se sienta entre amigos. Al personal de enfermería y de administración del grupo Arsuve, que siempre nos atendieron con paciencia y cariño. A los técnicos, enfermeras y secretarias del grupo Gurve que diariamente me acompañaron durante la radioterapia. A todos aquellos que me facilitaron la vida, desde cualquier punto de vista, durante el largo período de tratamiento. A mis compañeros pacientes, a los que hicieron las interminables esperas en las salas un poco más llevaderas con sus conversaciones y a veces con sus silencios.
A mis amigos, ustedes saben quiénes, los de siempre, los nuevos, los que no sabía que eran tan buenos amigos. Los que escucharon, ofrecieron, acompañaron, los que se molestaron conmigo porque no les avise antes pero me perdonaron, los que me mandaron besos, los que me mintieron diciendo que estaba bonita aun sin pelo, los que trataron de sonreír y pretender que nada sucedía cuando les dije lo que pasaba. Los que vinieron a tocar la puerta de mi oficina cuando no estaba, los que mandaron correos, los que lloraron cuando escucharon la noticia, y los que no. También a mis amigos virtuales y reales en el facebook y en el twitter, que calladamente aceptaron mis ausencias y me recibieron con los brazos abiertos y sin preguntas, cuando tuve fuerzas de regresar. Gracias por no dejar de seguirme, ni borrarme de sus listas.
A todas y cada una de las personas que se tomaron el tiempo de leer mi carta, de votar, de comentarla, de escribirme, de mandarme su cariño y su solidaridad, sus bendiciones y sus buenos deseos. A los que lloraron y no tuvieron miedo de contarlo. A los que estuvieron conmigo la noche de la premiación, y a los que quisieron estar y no pudieron. A los que me abrazaron como si me conocieran de toda la vida. No tengo forma de expresar lo mucho que significa para mi cada una de sus palabras, no solo un cariño a mi ego, sino la certeza de que el mundo está lleno de historias de amor, y por lo tanto lleno de esperanza.
A los compinches  finalistas del concurso, gente maravillosa que no estuvieron allí por casualidad.  A Carolina, Marianne, Daniel, Albio, Juan Carlos, Mariana, Milena, Cynthia y Reinaldo,  gracias por las risas, la complicidad, la camaradería y la generosidad, de los que saben que comparten un regalo único y sagrado.
Al Concurso Cartas de Amor, sus organizadores y patrocinantes, por haberme dado la oportunidad de vivir la experiencia del amor en su expresión más pura, humana, desinteresada y sin fronteras. Sigan abriendo los corazones de la gente al amor a través de las letras.
A Judith mi hermana adorada que se mantuvo a mi lado y acompañándome todo el tiempo, siempre pendiente de cada tratamiento, de cada  resultado, de cada avance y retroceso, celebrando los triunfos y las buenas noticias como si fueran de ella. También a Carlitos mi hermano, que a pesar de tener su propia tragedia familiar, encontró la manera de hacerme sentir su apoyo. A mi mamá por llorar por mí, cuando yo no podía darme ese lujo, y por entender que yo no lo hiciera. A mi papi bello, por ser ejemplo de fortaleza inconmensurable, e inspiración en esos momentos en que me faltaban las ganas.
A Otilia, la abuelita de mis bebes, que se encargo de mi casa y de mis muchachos cuando yo no podía hacerlo. Gracias por darme la paz de saber que podía confiar en Ud. mis tesoros más valiosos. También a América y Honny y la familia Patriotas por ser la casa a medio tiempo de mis pequeñitos, y hacer que cada mañana saliera tranquila y sonriente a mi vida, sabiendo que mis hijos quedaban en buenas manos.
A mis hijos, por quererme incondicionalmente, por aceptar mi amor arrebatado, protector, celoso, sentimental, meloso, rabioso. Por perdonarme las ausencias, las faltas de ganas, la falta de fuerzas. Gracias por secarme las lágrimas de los ojos, por dejarme dormir la siesta cuando me sentía agotada, por quedarse acostados a mi lado viendo la TV, por no dejar que me hundiera en la auto-compasión, por ser hermosos, sanos, fuertes e inteligentes a pesar de todo lo que han pasado.
A mi gran y eterno amor Manuel, que ha llenado mi vida de milagros, de alegrías, de besos, de la cálida certeza de ser amada como soy. Te agradezco tu fortaleza, tu sonrisa en los peores momentos, tus brazos para arroparme, ese empeño en hacer cada sesión de quimio un viaje a la playa, la certeza contagiosa de que todo iba a pasar. Gracias por ocultarme tu miedo, y por aceptar el mío. Por seguirme amando con esa obstinada convicción, con todo y mis cicatrices. Por pasar nuestro aniversario de bodas rasurándome la cabeza. Por llevarte a los niños a la sala y apagar la tv para que yo descansara. Sobre todo por estar a mi lado, siempre, a cada paso, cada minuto.
Y finalmente, gracias a los tumores, a las mamarrosas, a los ex-esposos, a las niñas  de la radio, a los besos, a los bebes no nacidos, a las mudas y los brutos, a los jefes, a los que montan cachos, a los que mueren y matan,  y a todos aquellos que inspiran cartas de amor, haciéndonos conscientes de lo hermoso que es este viaje llamado vida. Gracias.


domingo, 19 de junio de 2011

Preguntale a tu papá

Mi papá es un tipo increible, lo respeto y amo con toda mi alma. Es un ejemplo de voluntad de hierro, de lucha, de deseos de ser siempre mejor, de aprender. Mi papá creció en una sociedad donde la paternidad era algo muy distinto a lo que es hoy en día. El deber de un padre, mas allá de engendrar una gran cantidad de hijos, era el de proveer para ellos. Todas las otras actividades de la casa, especialmente las relacionadas con los hijos, eran responsabilidad de la madre. Muchos padres de la generación de mi papá, jamas cargaron a sus bebes, jamas los llevaron al colegio, jamas les curaron una "pupa" con un sana sana, jamas los ayudaron a hacer una tarea...

Pero no mi papi: para mi papá yo era su "secretaria". Me sentía tan importante con ese rol...era la encargada de prepararle el whisky que lo relajaba todas las noches al llegar del trabajo, de traerle las pantuflas, y de ayudarlo a pintar a mano los letreros de las ofertas de la tienda, los precios que se ponia a la mercancia en las vidrieras, y a preparar las cajas de regalo hechas en casa para los clientes. A poner las rejas con las que se protegia la vidriera de noche, y luego las santamarias y los candados.

Gracias a todo esto aprendí a preparar cocteles, a estar pendiente de la esquina por donde doblaban mis papas para llegar a casa, a tener un pulso firme con el pincel y el marcador...Aprendí que si lloras el papel se moja y tienes que empezar todo de nuevo, asi que es mejor hacer las cosas con buen animo.Entendí que un poquito de cola blanca diluida rinde muuuuuucho para pegar papel y cartón, que las cuchillas de cortar, aun sin filo, pueden ser muy utiles, y que nada se desperdicia.  Aprendi a contar dos veces el vuelto antes de darlo y siempre decir gracias. Aprendi que uno nunca debe salir a hacer una diligencia sin llevar unos caramelitos en el bolsillo, para ganar simpatias. 

Aprendí gracias a su dedicación a enseñarme todas estas cosas, el valor de la perseverancia, de volverlo a hacer si no quedó bien, a ver el precio de algo antes de comprarlo, a que una cosa bien hecha por tus propias manos es mucho mas bonita que comprada. Aprendí que si haces que alguien sonria, cantandole o contandole un chiste, las cosas son mucho mas faciles para todos.

Algunas de mis amigas tenian papas choferes, que las llevaban a las fiestas o al cine, o papás que les compraban todos los trapos y corotos imaginables. Mi papá nunca hizo eso. Pero mi papá me dedicaba tiempo, se sentaba conmigo, nos llevaba a la playa y a los museos. Esos momentos con mi papá estan entre los recuerdos mas felices de mi infancia.

Ya de mayor lo vi enfrentarse con valentia y buen humor a sus enfermedades, derrotando dos canceres y sobreviviendo a un aparatoso arrollamiento a los 80 años de edad. Un milagro andante, un hombre de hierro, asi lo llamaban en la clinica donde todos le daban por muerto cuando llegó inconsciente a emergencias.

Ese es mi papi, el hombre que hoy celebro, que forma parte de mi esencia. El abuelo que todavia encuentra enrgia para disfrutar de sus nietos, que aun se emociona con los goles de España en el mundial, que me muestra cada dia los ejercicios que hace para sentirse mejor.

Tambien es el hombre que con tristeza veo apagarse, extinguirse, escaparse de la vida, a pesar de todos nuestros intentos de animarlo. El que ahora me enseña la dura lección de tener que decir adios, de aceptar que ya esta cansado, que el luchador ya no quiere seguir luchando. Es probablemente la mas dura de las lecciones que me ha tocado aprender. Entender que ya su tiempo paso, que ya vivio su vida y que ahora se prepara para irse, aceptar que esta despidiendose, y acompañarlo en ese adios, respetarle ese derecho a pesar de saber que nos va a doler tanto no tenerlo.

Aceptar que la muerte es parte de la vida es la ultima lección que mi papá me esta enseñando y como me pasaba a menudo, me da rabia, me niego a aceptarlo, pero en el fondo se que tiene razón. Asi que papi, nuevamente feliz dia, y gracias por todo lo que me das, te amo desde el fondo de mi corazón.

miércoles, 15 de junio de 2011

Muchacho no es gente

Uno de los errores más comunes que comentemos como sociedad es pensar que los niños son "inferiores" al resto de los seres humanos. En Venezuela tenemos un dicho popular, que escuchamos frecuentemente y que reza que "Muchacho no es gente". 

Lo cierto es que muchas personas tratan a los niños como si no tuvieran sentimientos, necesidades y perspectivas propias. Los padres solemos pensar que los niños son prolongaciones de nosotros mismos, y muchas veces asumimos que lo que nosotros sentimos, vemos o percibimos, es igual para ellos. Desdeñamos sus miedos y preocupaciones, simplemente porque a nosotros nos parecen absurdas, sin entender que las nuestras propias son muchas veces tan ilógicas como las de ellos o más. ¿O es que el miedo al fracaso tiene más sentido que el miedo al coco? Irrespetamos sus ritmos naturales, por ser diferentes de los nuestros, y los forzamos a acostarse, comer y bañarse cuando nosotros decidimos, y no cuando ellos tienen sueño, hambre y calor.

Prácticamente desde que nacen, comenzamos a irrespetar a nuestros hijos, pretendiendo que sean ellos los que se adapten a nuestro ambiente, a nuestro ritmo, a nuestras necesidades. Luego cuando nuestros hijos empiezan a mostrar más independencia, nos empeñamos en hacerlos "entrar por el aro", en muchas ocasiones sin siquiera preguntarles porque su rebeldía ante nuestras "ordenes". ¿Porque entonces nos sorprendemos cuando esos mismos niños irrespetan a sus padres, hermanos y maestros?

La escuela, aun desde sus niveles mas iníciales, se preocupa mucho menos aun por las individualidades de cada niño, y pretendemos que todos ellos se mantengan sentados por horas, obedezcan reglas, e incluso vayan a hacer sus necesidades en el momento que los maestros deciden. Y si el niño no acepta de buena gana estas regulaciones, entonces lo tildamos de enfermo, le adjudicamos un síndrome de deficiencia de atención y los drogamos para que se queden tranquilitos oyendo sus clases y sin protestar. 

¿Cuántos de nosotros adultos aceptaríamos que nos trataran de esa misma manera?

Cuando aprendemos a tratar a los niños como individuos que merecen respeto, a aceptar sus diferencias y particularidades, aprendemos a escucharlos realmente, como escuchamos a los adultos, a tener empatía con ellos, a ponernos en sus zapatos y tratar de entender su mundo. La comunicación entonces se hace más fluida y ellos aprenden que tienen nuestro respeto, que sus sentimientos son valederos y que pueden compartirlos con nosotros. Así les enseñamos no solamente a respetar a los demás, sino a respetarse a sí mismos, y a exigir que los demás les respeten de la misma manera.

Así que los invito a decirle a todos, especialmente a sus chiquitos, que muchacho si es gente, y merece respeto.

Completo mi reflexión con la letra de una de mis canciones favoritas de Joan Manuel Serrat, Esos locos bajitos:

A menudo los hijos se nos parecen, 
así nos dan la primera satisfacción; 
esos que se menean con nuestros gestos, 
echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan 
con los ojos abiertos de par en par, 
sin respeto al horario ni a las costumbres 
y a los que, por su bien, hay que domesticar. 

Niño, deja ya de joder con la pelota. 
Niño, que eso no se dice, 
que eso no se hace, 
que eso no se toca. 

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, 
nuestros rencores y nuestro porvenir. 
Por eso nos parece que son de goma 
y que les bastan nuestros cuentos para dormir. 

Nos empeñamos en dirigir sus vidas 
sin saber el oficio y sin vocación. 
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones 
con la leche templada y en cada canción. 

Niño, deja ya de joder con la pelota... 

Nada ni nadie puede impedir que sufran, 
que las agujas avancen en el reloj, 
que decidan por ellos, que se equivoquen, 
que crezcan y que un día nos digan adiós

miércoles, 8 de junio de 2011

Perdonar es de sabios

La semana pasada escribí aquí acerca de equivocarse y de admitir nuestros errores. Hoy quiero compartir algunas referencias con respecto al perdón.

Como padres estamos muy acostumbrados a perdonar a nuestros hijos. Por mucho que queramos que sean cada vez mejores y que tengamos grandes expectativas para ellos, siempre estamos dispuestos a perdonarlos cuando fallan o se equivocan, a darles consuelo cuando las cosas no les salen como ellos quieren. Desde el amor inmenso que les tenemos, no podemos hacer otra cosa que perdonar compasivamente sus omisiones, sus travesuras, y hasta las cosas de sus personalidades que no nos gustan tanto.

Lamentablemente, muchos de nosotros no estamos tan dispuestos a perdonar cuando se trata de nuestros propios errores. No solo como padres, sino como seres humanos, siempre nos estamos recordando nuestros defectos, nuestras fallas, las cosas que deberíamos haber hecho de otra manera. Una vez leí que ese estado de culpa constante es el verdadero infierno del que se habla en las escrituras...el fuego siempre ardiente de la culpa.

Cuando nació mi primer hijo recuerdo sentirme culpable cada día: si no me daba tiempo de bañarlo, si no lograba que durmiera lo suficiente, si pasaba demasiado tiempo con el pañal mojado, si lloraba, si llevaba los zapatos sucios al colegio, si no se comía la merienda...en fin, una lista interminable de culpas. Luego me di cuenta de que no podía controlarlo todo, de que mi hijo estaba bien, y que a pesar de mis errores de madre primeriza, el me perdonaba y me amaba igual. No fue fácil darme cuenta de esto por mí misma. La vida me puso un signo grande de “pare” frente a los ojos. Mi cuerpo se detuvo y yo me tuve que detener a ver que pasaba.

Los sentimientos de culpa generan una energía negativa y una ansiedad que lejos de ayudarnos a crecer como personas, nos bloquea la energía, nos llena de miedo y nos paraliza. Muchas de las enfermedades que nos agobian en este mundo moderno se derivan de estos sentimientos de incapacidad. Entonces como

Siempre me he preguntado porque nos cuesta tanto perdonarnos a nosotros mismos las cosas más nimias, y perdonamos con tanta facilidad en otros las cosas más graves. ¿Donde aprendemos a tratarnos con tanta crueldad a nosotros mismos? ¿En qué momento de nuestro desarrollo aprendemos a ser tan duros? ¿Cómo prevenimos que nuestros hijos sean de la misma manera?

Muchas veces sin darnos cuenta, les enseñamos a nuestros hijos que tienen que “merecer” nuestro amor. Les decimos con nuestra actitud y nuestro lenguaje corporal que cuando se “portan mal”, es decir, cuando no hacen lo que nosotros esperamos de ellos, no tienen nuestro afecto. Los castigamos cuando lloran para expresar sus necesidades. Los hacemos sentir que hay algo malo intrínseco en ellos cuando hacen algo mal. Entendemos como disciplina el decirle al niño que es malo, que es irresponsable, que es egoísta, que es sucio… Así poco a poco les vamos enseñando que ellos son intrínsecamente malos, y que tienen que esforzarse en “ser buenos” para que la gente, aun la más cercana a ti, te quiera y te acepte. Vamos desde pequeñitos aprendiendo a no confiar en nuestros instintos, en lo que sentimos, sino en buscar la aprobación externa de lo que hacemos.

Si queremos que nuestros hijos no vivan en el mundo de la culpa, y para que aprendan a perdonarse, debemos comenzar a enseñarles desde bebes que equivocarse está bien, que expresar sus sentimientos está bien, que aun cuando se “porten mal” siguen siendo “buenos” en su esencia, en su interior. Nosotros como padres debemos aprender a perdonarnos también a nosotros mismos, a reírnos de nuestros propios errores, a celebrar nuestros fallos, y a confiar en nuestra esencia y nuestros instintos.